viernes, 29 de abril de 2011

Nº3 ZEQUE ( Cuento y trabajo)

















Esta historia, es real en su mayor parte, y va dedicada a todos los profesores que han pasado por mi vida a lo largo de estos años dejando su huella en mí, unas serán más profundas que otras, pero estoy seguro que a todos los recordaré con cariño.


En un desordenado y lúgubre sótano, habitaban cientos de objetos abandonados, juguetes con los que ningún niño jugaba, cuadros, enseres y recuerdos olvidados , allí tumbado en un tiesto rodeado de flores de azafrán, se encontraba el viejo Zeque, no comprendía porqué se encontraba en aquella situación, él no había hecho nada malo, aunque a veces cuando se lamentaba de ello, la malvada y presumida bruja pintada en la pared le decía que lo habían abandonado, por no hacer bien su trabajo, que no era hacer el vago en un precioso centro de flores, como él hacía, sino espantar a los pájaros, para algo era un espantapájaros, pero cómo iba él a espantarlos si en la casa no había pájaros y no podía recordar que alguna vez lo hiciera, solo recordaba las manos cariñosas de su madre, que una vez lo hubo terminado lo puso en un hermoso lugar lleno de flores de colores y agradables perfumes desde allí se veía el exterior y podía observar como la gente que pasaba se quedaban mirándolo y exclamaban ¡qué lindo espantapájaros!.
Un buen día en que su casa se decoró de hermosas flores, mariposas y corazones rojos por todas partes, alguien lo eligió para un hermoso ramo y así fue como marchó de su hogar, cuando llegó a su nueva casa todos lo recibieron con alegría, pero pronto según las flores se iban marchitando, se iban olvidando de él, hasta que lo quitaron de la casa y lo llevaron hasta el sótano donde estaba.

Allí aparte de la bruja Narigona , se encontraban otros amigos que aunque estaban llenos de polvo y tristeza como yo, intentábamos pasar el rato lo mejor posible, contando nuestras viejas batallas, de cuando éramos felices y queridos.



El payaso Lunitas, que era muy despistado, siempre nos hacía reír, contándonos sus acrobacias de circo.
Karman, que tantas veces había hecho reír al niño de la casa, con sus malsonante lengua, ahora estaba muy serio porque ya se habían cansado de jugar con él, si al menos se lo hubieran regalado a otro niño, podría estar pasándolo pipa, pero no fue así y su vida pasaba aburrida y polvorienta, dando olor a humedad.
Pipo, payasen, y la blanca gatita Lilí, al menos se encontraban lo suficientemente cerca como para poder conversar y contemplar las olvidadas obras de arte, que una vez alguien realizó poniendo todo su amor en ellas.


Y allá al fondo del sótano en un lugar privilegiado, por donde aún se filtraba la luz del sol, la aristócrata, casa de playmovil, intentando mantener el tipo.













Alguna vez, intentaron entrar en ella, pero el soldado que la custodiaba como si de un fuerte se tratara, impedía el paso a todo aquel que no fuera de su clase.


Un buen día, bajó al sótano un niño que encontró a Zeque boca abajo en una maceta, como a él le gustaba mucho los espantapájaros decidió llevárselo a su madre, la cual lo puso en una linda maceta, en la que había una flor de pascua que comenzaba a retoñar, Zeque no se lo podía creer, estaba de nuevo en un hogar, se sentía muy feliz, aunque el lugar no era tan bonito como la casa de su mamá, era un lugar muy agradable.



Cuando Zeque, comenzó a conocer a sus nuevos amigos, se dio cuenta que lo que hacía aquel lugar tan maravilloso, era que todos ellos habían sido rescatados de algún lugar.


Las hermosas rosas rojas, habían florecido de un trocito de rama que alguien cortó y arrojó al suelo del jardín.
El espantapájaros Ton, tenía una historia parecida a la mía, el enano Carín que vivía con el en su tiesto, había vivido primero en un lugar muy oscuro, con forma de huevo, pero los niños, cuando le abrían se comían el chocolate que le rodeaba y pronto se cansaban de él. Alguien lo puso en la maceta donde veía como florecía la planta en cada estación, y podía jugar con las florecillas violetas que aparecían.


Tris, el espantapájaros de la pared, salía cada Halloween, a decorar las paredes de la casa y volvía de nuevo a la pared, pero siempre estaba muy contento de volver allí.

Yo era feliz, pero siempre me acechaba la duda, sobre quién era realmente yo, según la bruja Narigona mi misión era espantar a los pájaros, pero yo apenas era un palmo mayor que ellos y ni siquiera podía espantar a las moscas que a veces me dejaban algún excremento en mi gastada ropa.

Un buen día conocí a otra bruja, se llamaba Matilda, y aunque era casi tan fea como la otra era muy divertida, nos hicimos muy amigos y ella que había vívido mucho mundo, me enseñó que no todos los espantapájaros habíamos sido creados para el mismo fin, unos decoraban floristerías , otros estábamos en los campos espantando a los pájaros para que no se coman los frutos o semillas, otros incluso estaban en las cafeterías dándoles un toque campestre, según Matilda, mi mamá me había creado para decorar los ramos de los enamorados y las macetas de regalo. Por fin sabía lo que tenía que hacer en la vida.




Una noche Matilda me invitó a dar un paseo por la casa, en su escoba y lo que vieron mis ojos fue lo más hermoso que había visto en mi vida, allí bajo aquella gran planta que la protegía con sus hojas arcadas habitaba la mas maravillosa de las hadas, al verla casi me caigo de la escoba, pero Matilda me sujetó fuertemente y me dijo que cada vez que yo quisiera me llevaría a visitarla, aunque sus servicios no los necesite por mucho tiempo, porque aunque ella era muy guapa y muy coqueta, no se fijó en mi traje viejo y descolorido y se fijó en mi noble corazón. ¿Qué los espantapájaros no tenemos corazón? Cuánto sentiría que pensaras así, porque aunque esta historia es en parte real, también tiene parte de magia, si no que le pregunten a la dueña de la casa que suele encontrar la maceta del pasillo sin su hada, porque como podéis ver, mi hada tiene unas preciosas alas.

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